Gramophone Man. Ghosts paradise


GRAMOPHONE MAN

GHOSTS PARADISE

Autoedición

Gramophone Man no es un grupo pretencioso, lo cual invita a pensar que sus músicos no pretendían provocar algo así, pero su cuarto disco, este que nos ocupa, viene a ratificar que el rock puede ser complejo (que no retorcido), mantener una poderosa pegada y resultar sumamente entretenido. Todo ello al mismo tiempo. Al unísono. Han pasado 14 años desde su primer ensayo y el quinteto cántabro continúa creciendo como banda y ofreciendo repetidas muestras de una extraordinaria solvencia cimentada con la suma de pericia instrumental, arrojo, músculo, un generoso background musical y un evidente interés por brindar lo ya referido, música sin tonterías, sin sucesión de tópicos ni caídas en lo ampuloso. Gusta de las piezas largas, de los desarrollos dinámicos y bien meditados, de los temas en los que pasan cosas, de las canciones cambiantes. Recurriendo al símil gastronómico, lo suyo es echar mano a la historia del rock, recurrir a aromas y sabores de ingredientes clásicos (sean The Who, los ascendentes de Black Crowes, el grande pop, la psicodelia, el garage o lo progresivo), para configurar una propuesta singular y variada, una especie de menú degustación en el que no se repiten sabores. En el que cada bocado es una (grata) experiencia. Desde la fábula protagonizada por una rana bien valiente, hasta la descarga de rock sureño. Un banquete de casi una hora de duración donde los textos, derroche de onirismo donde también cabe el costumbrismo, tampoco son cuestión baladí, hablen de la grandeza de la siesta, de castillos de arena, de llegar roto a casa tras un día de trabajo, bourbon y tabaco en mano, de historias tan épicas como oscuras, del proceloso proceso de parir una canción, de negociar con la muerte, de aparentar, de ser o no ser cool… De la vida y la fantasía misma. Con permiso de Los Deltonos, que no te vendan la moto de que en Cantabria hay una banda de rock mejor que Gramophone Man.

(reseña publicada originalmente en EFE EME)